En el siglo XIX, el científico francés Louis Pasteur desarrolló la pasteurización de la leche, un proceso térmico que se utiliza para mejorar la seguridad y calidad del producto. Consiste en calentar la leche a una temperatura específica, durante un tiempo determinado, seguido de un enfriamiento rápido.
Este tratamiento elimina microorganismos patógenos y reduce la carga microbiana, sin alterar significativamente el valor nutricional de la leche. La leche cruda puede contener bacterias peligrosas como: Salmonella, Listeria monocytogenes, Escherichia coli (E. coli), Brucella, bacterias pueden causar enfermedades graves, especialmente en niños, ancianos, mujeres embarazadas y personas inmunodeprimidas.
La pasteurización reduce la cantidad de microorganismos que causan la descomposición de la leche, como los responsables del mal olor, sabor ácido o coagulación prematura. Aunque no hace que la leche dure indefinidamente, mejora significativamente su estabilidad. A pesar del calor aplicado, el proceso de pasteurización preserva la mayor parte de los nutrientes de la leche, incluyendo proteínas, grasas, carbohidratos, vitaminas (como B2 y B12) y minerales (como calcio y fósforo).
De esta manera se reduce el riesgo de enfermedades transmitidas por alimentos, garantizando que la leche sea segura para el consumo humano; En muchos países, la pasteurización de la leche es obligatoria por ley para su comercialización, asegurando un estándar mínimo de seguridad.
En resumen, la pasteurización es un proceso esencial para garantizar que la leche sea segura para el consumo, mientras se preservan sus propiedades nutricionales. Es una medida de salud pública fundamental para prevenir enfermedades de transmisión alimentaria (JG/ea).