A los restos vegetales que quedan en el campo después de cosechar cualquier cultivo, incluyendo tallos, hojas, raíces y, en algunos casos, los residuos de frutos o espigas que no fueron recolectados, se les llama rastrojo.
El rastrojo es común en cultivos como maíz, trigo, cebada, sorgo y arroz. Puede ser gestionado de diferentes maneras: se deja en el campo como cobertura, se incorpora al suelo como materia orgánica o se usa como alimento para el ganado.
Es una fuente de materia orgánica que, al descomponerse, enriquece el suelo con nutrientes como nitrógeno, fósforo y potasio. Mejora la estructura del suelo y aumenta su capacidad para retener agua. Al dejar el rastrojo en el campo, se protege el suelo de la erosión causada por el viento y la lluvia, especialmente en terrenos desnudos tras la cosecha.
También actúa como una cubierta natural que regula la temperatura del suelo, conserva la humedad y suprime el crecimiento de malezas. Los restos de cultivos como el maíz y el trigo se utilizan como forraje seco para alimentar al ganado, especialmente en épocas de escasez.
El rastrojo puede ser incorporado en pilas de compost para generar abono orgánico. En algunos casos, se utiliza para generar energía, como en la producción de biogás y contribuye a prácticas agrícolas más sostenibles, al reducir la necesidad de fertilizantes químicos y mantener la salud del suelo.
Es un recurso valioso en la agricultura que, cuando se maneja adecuadamente, contribuye a la sostenibilidad, mejora la fertilidad del suelo y protege el medio ambiente. En lugar de considerarse un residuo, debe tratarse como un insumo clave para mantener la productividad agrícola a largo plazo (JG/ea).